martes, 18 de noviembre de 2008

La araña Ariadna

Había una vez un bosque encantado donde vivía una araña. La araña Ariadna.
La araña Ariadna se pasaba el día entero tejiendo y tejiendo.
Cada mañana se levantaba muy temprano y después de lavarse y desayunar se subía a lo alto de un gran árbol de espeso ramaje, se trataba de un sauce llorón, era su árbol favorito.
En la copa del árbol se sentía gigante, se sentía importante.
Tras observar los alrededores, contemplar el cielo azul y escuchar a los pajarillos del lugar entonar maravillosas cancioncillas, comenzaba a tejer jerséis de lana.
Un día, la araña Ariadna se dio cuenta de que había tejido tantos jerséis que no sabía que hacer con toda esa ropa.
Pensando y pensando se pasó el día. Al llegar la noche, llegó un gracioso ciempiés. Luis, el ciempiés, lo llamaban.
-Araña Ariadna. -gritó Luis el ciempiés. -¿me podrías tejer unos calcetines para mis cansados y delicados pies?, pronto llegará el frío del invierno y necesitaré abrigarlos. -Le solicitó con una amplia sonrisa en los labios.
Ariadna pensó que si le tejía unos calcetines y quedaba contento, tal vez, también querría un jersey.
-Por supuesto, amigo ciempiés, vuelve dentro de una semana y ya tendrás los cien calcetines que necesitas. -respondió feliz la araña.
Una semana más tarde...
-Buenos días araña Ariadna, vengo a por mis calcetines.
-Buenos días Luis el ciempiés, aquí tienes tus calcetines, ¿te gustaría llevarte un jersey también? -preguntó tímidamente la araña Ariadna esperando una respuesta afirmativa.
-Muchas gracias, araña Ariadna, este invierno ya no pasaré frío y...
-Luis -interrumpió la araña -tengo más jerséis, quizás tus amigos también quieran estar calentitos este invierno. -propuso cortésmente Ariadna.
-Pues es verdad, ahora mismo voy a decírselo a todos mis amigos.
En unas pocas horas todos los animalillos del bosque encantado se acercaron al árbol donde se encontraba la araña Ariadna.
De este modo, todos los jerséis de la araña Ariadna encontraron un dueño al que abrigar ese invierno.
La araña Ariadna estaba loca de contenta y felizmente siguió tejiendo y tejiendo para almacenar más ropa para posteriores inviernos.
Así, ni ese invierno ni ningún otro, ningún animalillo del bosque pasó frío.
FIN

jueves, 13 de noviembre de 2008

El pollito Lolín y el barquito mágico.

En un país no muy lejano, al que acudían en verano todos los pollitos del mundo, existía un barquito de papel, adornado con hermosas velas de vivos colores. Se trataba, sin duda, de un barco mágico.
En ese barquito, siempre que podía, jugaba Lolín, un pollito muy simpático de bello plumaje amarillo y grácil caminar.
Un día quiso enseñarle la magia del barquito a su hermana Ilina, a quien esperaba con impaciencia. Ilina era una pollita recien nacida, muy hermosa, con los ojos grandes de color azul.
El pollito Lolín miraba un poco desesperado su nuevo reloj mientras la esperaba.
Lolín, cuando nada se lo impedía, navegaba en el barquito mágico por las tranquilas aguas del océano. Subiendo y bajando las olas, el pollito Lolín cantaba su canción favorita:
"Por el mar navegando
hacia el sur voy cantando
con mi hermana estoy bailando
las olas subiendo y bajando."
Era mágico, no sólo por su aspecto, sino porque, además, dentro del mismo se vivían las historias más sorprendente jamás contadas. Pero era necesario cumplir una sencilla norma; para vivir estas experiencia los pollitos debían encontrarse en alta mar a las cinco en puento de la tarde, antes del comienzo del anochecer. Por ese motivo, Lolín miraba su reloj un tanto irritado puesto que su hermana se estaba retrasando.
Ilina, por fin, llegó a tiempo y juntos levaron el ancla de aquel mágico barquito.
Cuando, finalmente, llegaron a alta mar, los dos hermanos entraron en el camarote del barquito. Allí esperaron nerviosos, pero ilusionados y con gran entusiasmo, a que dieran las cinco en punto de la tarde.
Cinco segundos, cuantro segundos, tres segundos, dos segundos, un segundo...
ding, dong, dong, ding, en el reloj del barquito dieron las cinco.
Ante los joviales ojos de ambos pollitos aparecieron unas gigantescas puertas doradas en cuyo centro se posaba una brillante y suave rosa roja.
Lolín, agitado pero, al mismo tiempo, con delicadeza por miedo a que la magia desapareciera, rozó con ternura la suave flor del portón y aquellas deslumbrantes puertas se abrieron descubriendo tras de sí un amplio salón acristalado. Una música armoniosa, lenta y melodiosa empezó a sonar, pronto aparecieron decenas de animalillos que comenzaron a bailar.
Lolín e Ilina entraron animados por la música, y sin miedo, se unieron a la fiesta. Poco a poco todos los animalillos hicieron un pasillo para dejarlos pasar. Allí, en medio de tanta algarabía, se sentían protagonistas. Sonrientes empezaron a disfrutar del evento y cada uno de aquellos magníficos animalillos se unió a ellos.
Un mundo maravilloso del que ninguno de los polluelos quería despedirse, pero Lolín conocía las normas y recordó que si a las seis en punto no regresaban al mundo real, nunca más podrían volver a vivir esas mágicas y, a veces, misteriosas historias dentro del barquito.
Sin embargo, su hermana Ilina no sabía nada de todo aquello y cuando Lolín se lo quiso explicar, rogándole, al mismo tiempo, que regresaran a casa, Ilina se negó, no podía entender la transcendencia de lo que su hermano le estaba contando.
Milagrosamente, una mariposa de intensos colores entró en el acristalado salón y se acercó a la pollita. Ilina, al verla, se distrajo, y fue corriendo tras ella, poco a poco y casi sin darse cuenta salió al exterior, por delante de su hermano que la perseguía para no perderla de vista.
Cinco segundos, cuatro segundos, tres segundos, dos segundos, un segundo...
ding, dong, dong, ding, en el reloj del barquito dieron las seis en punto de la tarde.
Y toda la magia del barquito desapareció, incluso la preciosa mariposa de vivos colores.
Ilina se quedó triste y desilusionada, pero pronto comprendió lo que su hermano le decía momentos antes.
Exaltados porque llegara un nuevo día para vivir una historia diferente, regresaron juntos a tierra, y más felices que antes se fueron a dormir.
FIN

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Duermete pollito hasta el amanecer.

Había una vez un pollito llamado Lolin, era pequeñito y de color amarillo pero sus ojos vivarachos eran tan grandes que deslumbraban al sol.

El pollito Lolín vivía en compañía de su familia en una granja cercana al mar, la granja no era grande pero sí muy acogedora, la comida nunca faltaba y el aire que se respiraba era limpio y fresco, pues la brisa del mar entraba dulcemente cada mañana por las ventanas de la granja cuando la mamá del pollito Lolín las abría alegremente para despertar a todos sus polluelos.

La madre de Lolín se llamaba Nicoletta y era una pata muy simpática y paciente.
Aunque su paciencia sí tuviera límites, Nicoletta nunca elevaba la voz sino que utilizaba unos métodos muy eficaces para enseñar a sus hijos ciertas normas que todo pollito debía conocer.
De este modo, el pollito Lolín que tenía ligeros problemas para respetar el descanso de su familia, fue víctima de uno de esos métodos de Nicoletta durante una larga temporada.
Y es que todas las noches Lolín que se acostaba en una inmensa cama que había en la granja junto a sus hermanos y su mamá, despertaba a todos muy temprano, unas veces a propósito y otras sin intención, así que un día, cansada ya de tanto madrugar, Nicoletta cogió al pollito Lolín y se lo llevó a otra estancia del lugar, donde se quedó solito esperando hasta que todos los demás se despertaron con la entrada de los primeros rayos del sol.
Lolín, al escuchar el jaleo de sus hermanos al levantarse, se soliviantó y muy excitado corrió en busca de sus congéneres para desayunar y luego jugar. Sin embargo, cuando sus hermanos lo vieron aparecer por la puerta empezaron a agraviarlo por la mala noche que les había hecho pasar.

Al día siguiente, el pollito Lolín volvió a acostarse junto a sus hermanos y a su mamá en la misma cama que dormían cada noche, y poco antes del amanecer, el pollito Lolín volvió a despertarse antes que todos los demás y, balbuciedo palabras incoherentes, despertó a su mamá, entonces ella lo asió por el ala y lo llevó a otra parte de la granja, más lejos que la última vez, donde volvió a quedarse solo hasta que llegó la mañana.

Así pasaron unos días y el pollito Lolín estaba cansado de dormir solo en otro recinto alejado de su familia, se sentía desplazado, a veces un poco abandonado y en ocasiones tenía miedo cuando se quedaba sin compañía. Asustado se quedaba dormido y sufría ligeras pesadillas. De modo que se le ocurrió una idea, ponerse un despertador para levantarse con todos los demás, y así llevó a cabo su idea una bella noche del mes de abril.

Sin embargo, antes de que llegara la hora de levantarse, el reloj despertador sonó estruendosamente, la mamá del pollito Lolín muy enojada agarró el despertador y lo tiró por la ventana, acto seguido sacó a Lolín de su lecho y se lo llevó a otra cama, y allí solito y angustiado esperó pacientemente a que el sol despertara a sus hermanitos.

Durante ese tiempo el pollito Lolín le dio vueltas y más vueltas al asunto, hasta que se le ocurrió una genial idea que no tardó en poner en práctica.

A la noche siguiente, cuando el pollito Lolín se despertó y vio que todos dormían plácidamente, decidió quedarse en silencio y mantenerse acurrucado junto a su familia y esperar estoicamente a que llegara el amanecer, a partir de ese día el pollito Lolín nunca más volvió a dormir solito.

FIN