jueves, 13 de noviembre de 2008

El pollito Lolín y el barquito mágico.

En un país no muy lejano, al que acudían en verano todos los pollitos del mundo, existía un barquito de papel, adornado con hermosas velas de vivos colores. Se trataba, sin duda, de un barco mágico.
En ese barquito, siempre que podía, jugaba Lolín, un pollito muy simpático de bello plumaje amarillo y grácil caminar.
Un día quiso enseñarle la magia del barquito a su hermana Ilina, a quien esperaba con impaciencia. Ilina era una pollita recien nacida, muy hermosa, con los ojos grandes de color azul.
El pollito Lolín miraba un poco desesperado su nuevo reloj mientras la esperaba.
Lolín, cuando nada se lo impedía, navegaba en el barquito mágico por las tranquilas aguas del océano. Subiendo y bajando las olas, el pollito Lolín cantaba su canción favorita:
"Por el mar navegando
hacia el sur voy cantando
con mi hermana estoy bailando
las olas subiendo y bajando."
Era mágico, no sólo por su aspecto, sino porque, además, dentro del mismo se vivían las historias más sorprendente jamás contadas. Pero era necesario cumplir una sencilla norma; para vivir estas experiencia los pollitos debían encontrarse en alta mar a las cinco en puento de la tarde, antes del comienzo del anochecer. Por ese motivo, Lolín miraba su reloj un tanto irritado puesto que su hermana se estaba retrasando.
Ilina, por fin, llegó a tiempo y juntos levaron el ancla de aquel mágico barquito.
Cuando, finalmente, llegaron a alta mar, los dos hermanos entraron en el camarote del barquito. Allí esperaron nerviosos, pero ilusionados y con gran entusiasmo, a que dieran las cinco en punto de la tarde.
Cinco segundos, cuantro segundos, tres segundos, dos segundos, un segundo...
ding, dong, dong, ding, en el reloj del barquito dieron las cinco.
Ante los joviales ojos de ambos pollitos aparecieron unas gigantescas puertas doradas en cuyo centro se posaba una brillante y suave rosa roja.
Lolín, agitado pero, al mismo tiempo, con delicadeza por miedo a que la magia desapareciera, rozó con ternura la suave flor del portón y aquellas deslumbrantes puertas se abrieron descubriendo tras de sí un amplio salón acristalado. Una música armoniosa, lenta y melodiosa empezó a sonar, pronto aparecieron decenas de animalillos que comenzaron a bailar.
Lolín e Ilina entraron animados por la música, y sin miedo, se unieron a la fiesta. Poco a poco todos los animalillos hicieron un pasillo para dejarlos pasar. Allí, en medio de tanta algarabía, se sentían protagonistas. Sonrientes empezaron a disfrutar del evento y cada uno de aquellos magníficos animalillos se unió a ellos.
Un mundo maravilloso del que ninguno de los polluelos quería despedirse, pero Lolín conocía las normas y recordó que si a las seis en punto no regresaban al mundo real, nunca más podrían volver a vivir esas mágicas y, a veces, misteriosas historias dentro del barquito.
Sin embargo, su hermana Ilina no sabía nada de todo aquello y cuando Lolín se lo quiso explicar, rogándole, al mismo tiempo, que regresaran a casa, Ilina se negó, no podía entender la transcendencia de lo que su hermano le estaba contando.
Milagrosamente, una mariposa de intensos colores entró en el acristalado salón y se acercó a la pollita. Ilina, al verla, se distrajo, y fue corriendo tras ella, poco a poco y casi sin darse cuenta salió al exterior, por delante de su hermano que la perseguía para no perderla de vista.
Cinco segundos, cuatro segundos, tres segundos, dos segundos, un segundo...
ding, dong, dong, ding, en el reloj del barquito dieron las seis en punto de la tarde.
Y toda la magia del barquito desapareció, incluso la preciosa mariposa de vivos colores.
Ilina se quedó triste y desilusionada, pero pronto comprendió lo que su hermano le decía momentos antes.
Exaltados porque llegara un nuevo día para vivir una historia diferente, regresaron juntos a tierra, y más felices que antes se fueron a dormir.
FIN

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