martes, 18 de noviembre de 2008
La araña Ariadna
jueves, 13 de noviembre de 2008
El pollito Lolín y el barquito mágico.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
Duermete pollito hasta el amanecer.
El pollito Lolín vivía en compañía de su familia en una granja cercana al mar, la granja no era grande pero sí muy acogedora, la comida nunca faltaba y el aire que se respiraba era limpio y fresco, pues la brisa del mar entraba dulcemente cada mañana por las ventanas de la granja cuando la mamá del pollito Lolín las abría alegremente para despertar a todos sus polluelos.
Al día siguiente, el pollito Lolín volvió a acostarse junto a sus hermanos y a su mamá en la misma cama que dormían cada noche, y poco antes del amanecer, el pollito Lolín volvió a despertarse antes que todos los demás y, balbuciedo palabras incoherentes, despertó a su mamá, entonces ella lo asió por el ala y lo llevó a otra parte de la granja, más lejos que la última vez, donde volvió a quedarse solo hasta que llegó la mañana.
Así pasaron unos días y el pollito Lolín estaba cansado de dormir solo en otro recinto alejado de su familia, se sentía desplazado, a veces un poco abandonado y en ocasiones tenía miedo cuando se quedaba sin compañía. Asustado se quedaba dormido y sufría ligeras pesadillas. De modo que se le ocurrió una idea, ponerse un despertador para levantarse con todos los demás, y así llevó a cabo su idea una bella noche del mes de abril.
Sin embargo, antes de que llegara la hora de levantarse, el reloj despertador sonó estruendosamente, la mamá del pollito Lolín muy enojada agarró el despertador y lo tiró por la ventana, acto seguido sacó a Lolín de su lecho y se lo llevó a otra cama, y allí solito y angustiado esperó pacientemente a que el sol despertara a sus hermanitos.
A la noche siguiente, cuando el pollito Lolín se despertó y vio que todos dormían plácidamente, decidió quedarse en silencio y mantenerse acurrucado junto a su familia y esperar estoicamente a que llegara el amanecer, a partir de ese día el pollito Lolín nunca más volvió a dormir solito.
FIN
miércoles, 23 de julio de 2008
El león de los ojos de cristal
Raimundo se sentía triunfador, orgulloso de su arenga, era un lider a ojos de los ciudadanos del país, nunca antes se había sentido más realizado como aquella misma tarde. Sin embargo, cuando Rai más estaba disfrutando de su glorioso triunfo, una temerosa cervatilla se acercó al, ahora, grandioso rinoceronte para preguntarle, tras armarse de un gran valor, qué debían hacer para acabar con esos acontecimientos.
-Fuera de aqui -gritó al mismo tiempo que lanzaba a la pobre cervatilla a unos metros de donde se encontraba de un solo golpe con su puntiagudo y enorme cuerno de la cabeza, malhiriéndola. La cervatilla, acongojada, se fue lo más aprisa que pudo al lado de su familia, mientras, Rai se reía con sorna y seguía disfrutando de su aparente éxito.
Pasaron las horas y la noche coménzó a oscurecer el país, invadiendo a todos los habitantes de un nuevo episodio de locura y malestar, fue en ese momento cuando se dieron cuenta de que las palabras de Rai no les había aportado ninguna solución, y que de nuevo se volvían a encontrar con la misma situación que la noche anterior.
Mientras, en lo alto de la gran roca grisácea donde solía pasar las tardes el león de los ojos de cristal, comenzó a observar aquellos extraordinarios sucesos y en seguida se percató de que no se trataba de ningún complot humano, sino de un maravilloso fenómeno de la naturaleza que se repetía cada cierto número de años o siglos o quien sabe...
Zacarías estaba siendo testigo de una hermosa lluvia de estrellas, quizás la última de esa temporada, por eso se apresuró a bajar a toda la velocidad que sus cansadas patas le permitían, para avisar a sus paisanos de lo privilegiados que eran de poder ser testigos de ese evento natural.
Cuando llegó al centro del país y comenzó a hacer partícipes con alegría e ilusion a todos los habitantes, estos no le creyeron, y cabizbajos comenzaron a pensar que el sabio león de los ojos de cristal también se había vuelto loco. De esta forma perdieron una maravillosa oportunidad de ver sonreir al cielo, de saludar a las danzarinas estrellas y de ser más felices que nunca por ser testigos de tan espectacular episodio.
Zacarías, por su parte, regresó a su hogar sintiéndose extremadamente afortunado, se dio cuenta de que si bien la ignorancia te mantiene en un estado de continua felicidad, más feliz es uno cuando sabiéndolo todo puede disfrutar de ello.
El resto de los habitantes, sumergidos en un sopor duradero, comenzaron a creer que los sucesos que habían vivido eran fruto de su imaginación, otros hablaban de magia y hechicerias provocadas por el león, otros se sintieron tristes porque la idea de una guerra inminente ya no se sostenía y así, poco a poco fue regresando la normalidad al lejano país del que procedía Zacarías, el león de los ojos de cristal, delgadito y asustadizo de hirsuta melena de color amarillento por el paso del tiempo y la erosión del sol.
Amigos -dice Zacarías -no os dejéis vencer por la desidia y no os dejéis llevar por la superstición y la altaneria de quien no sabe de qué está hablando, observad con atención lo que veáis en la vida y vosotros mismos sacad conclusiones, que si bien son erróneas, al menos son vuestras y no las del vecino. Sed felices y no os preocupéis por aquello que a priori no comprendeis, pues llegará un día en que el descubrimiento de la verdad os hará felices.
FIN
martes, 8 de julio de 2008
Florinda y sus amigas
Sus ojos de un gris intenso hipnotizaban a todo aquel que los observaba y esto lo sabía muy bien Florinda, que así es como se llamaba.
Aunque de corta estatura, se movía como un jilguero y cantaba cual ruiseñor.
A pesar de tener tan solo 10 añitos, Florinda era una niña muy despierta e ingeniosa y razonaba como cualquier adulto inteligente.
Tenía aspecto de buena y educada. Tranquila y muy cordial, pero cuando menos te lo esperabas descubrías que la tal Florinda afable y excelsa niña de ojos grises se transformaba en un torbellino de inquietud y nerviosismo.
Un día, muy avanzado ya el otoño, la calle amaneció cubierta de las hojas caducas de los árboles que flanqueaban el camino por donde Florinda y sus dos amigas, Lucía y Esmeralda, paseaban cada día para ir a su colegio.
Esa misma mañana del mes de noviembre a Florinda se le ocurrió una genial y al tiempo desbaratada idea.
Comenzó, silenciosamente, a coger algunas de las hojas que había bajo sus pies mientras se acercaba a casa de su amiga Lucía.
-Hola Flor -le saludó Lucía- ¿qué llevas en las manos?, ¿ya estás preparando una de las tuyas? -interrogó Lucía a su amiga Florinda.
-Vamos a buscar a Esme y luego os cuento lo que se me ha ocurrido por el camino- sentenció Florinda.
Antes de llegar a casa de Esmeralda descubrió una bolsa de plástico junto a los pies de Lucía y con solo una ligera mirada su amiga supo lo que tenía que hacer.
Pronto se reunieron las tres y sin apenas mediar palabra llenaron la bolsa de plástico con las hojas que había en el camino.
Los vecinos las miraban sonrientes sin sopechar aquello que tácitamente Florinda estaban planeando.
Cuando llegaron a la puerta del colegio, oculta tras el inmenso ruido de todos los chiquillos que se divertían mientras esperaban la orden del director, que a través de la campana avisaba del momento en el que todos debían entrar a la escuela, siempre cinco minutos antes de que dieran las nueve en punto, Florinda les contó a Lucía y a Esmeralda la genial idea que se le había ocurrido al salir de casa y ver todas esas hojas en el camino.
Cuando todos los enérgicos estudiantes se encontraban alegremente sentados en sus correspondientes aulas y los maestros hubieron nombrado a todos los alumnos, don Segismundo, maestro de matemáticas, notó la ausencia de tres niñas. Con su fuerte voz sonora preguntó a los niños si sabían dónde se encontraban las tres compañeras o si sabían si les había ocurrido algo.
Nadie respondió a su inquietante interrogatorio.
Cuando el maestro de matemáticas salió al pasillo se encontró con una desoladora imagen de lo que parecía iba a ser el futuro de aquel glorioso colegio que llevaba educando a todos los niños de aquella pequeña villa a la que pertenecía, Lumerinda.
Tras un momento de pánico que lo obligó a permanecer hierático como estatua griega, se encaminó con paso firme y decidido hacia la puerta del majestuoso director don Eustaquio Benavides, hombre de nariz aguileña y ojos profundos de un marrón poco particular.
Sin pensarlo dos veces llamó a la puerta, la cual se abrió produciéndose un ligero chirrido que llenó de misterio y nerviosismo a don Segismundo.
Las tres amigas habían cubierto las paredes del pasillo así como todo el suelo del mismo con las hojas secas que habían recogido en la gran bolsa de plástico que se habían encontrado.
Don Segismundo que, apesar de su aspecto bonachón, carecía de buen corazón, vio al fondo del pasillo al intransigente y recio pero en el fondo afable director, como atravesaba aquel pasillo cantando canciones populares de su infancia y bailando con gran agilidad.
Apenas llegó a la altura de don Segismundo, el señor Benavides le saludó con una sonrisa en los labios provocando, si cabe, una gran sorpresa en el maestro. Sin embargo, don Eustaquio, que no se le escapaba una, se percató de que ese no era el sitio que le correspondía a don Segismundo en ese momento de la mañana, así que sin mediar palabra se dio la vuelta y le preguntó: "Don Segismundo, ¿por qué no está usted impartiendo su clase de matemáticas?" A lo que don Segismundo aún más sorprendido, replicó elevando la voz: "No ve usted cómo está el colegio, todo este desorden, estas hojas secas por todos los lados, esta suciedad e inmundicia de la que estamos rodeados" -agitando los brazos y muy alterado siguió su perorata con una más que discutible e inoportuna pregunta- "¿es que no piensa hacer nada ante tal barbaridad, alboroto, desobediencia y gamberrada?... Además, tres niñas no han asistido hoy a mi magistral clase de matemáticas y empiezo a sospechar cual es el misterioso motivo."
Al escuchar tales disquisiciones, la maestra de lengua, doña María Buendía, salió de su clase para averiguar qué estaba sucediendo.
Doña María era una simpática maestra que siempre estaba dispuesta a ayudar a quien se lo pidiera. Todos la consideraban muy comprensiva.
En cuanto atravesó el umbral de su aula una amplia sonrisa amaneció en su cara. Tras ella algunos niños asomaron sus caritas, unas se iluminaban y otras expresaban una sonora carcajada. Y, así, con tanto ruido, empezaron a abrirse las puertas de cada una de las aulas y tras ellas salían los demás maestros y alumnos del centro.
Los más sonreían e iluminados abrían sus bocas sorprendidos ante lo que veían. Otros, muy pocos, reían a carcajadas o se enfurecían por lo que estaban viendo sus entristecidos ojos.
Esmeralda y Lucía salieron de un lugar secreto que sólo ellas conocían, y poco después, feliz pero un poco inquieta salió Florinda, la causante de todo aquel bullicio.
Don Segismundo, al verlas en la entrada del cole, les llamó la atención y muy enfadado se dirigió hacia ellas exigiéndoles una explicación. Al mismo tiempo los niños se divertían, cantaban y balilaban, otros reían y se revolcaban entre el desorden de las hojas secas.
Y es que sólo las personas de corazón puro podían admirar la belleza de los siete colores del arco iris, el brillo especial del mar cuando los rayos del sol rebotan con él. Las hojas doradas o coloradas formando un hermoso y gran corazón. Hojas dispuestas a modo de serpentinas. Hojas formando círculos, cuadrados, rombos, estrellas y todas aquellas maravillosas figuras que la naturaleza nos aporta.
Porque en Lumerinda, para la gente de buen corazón, lo mágico resulta ser normal y lo normal, mágico.
viernes, 6 de junio de 2008
COLINDRES
(Hoy es domingo y el campo está vacío)
¡Qué extraño! Una canción, una imagen
y desde Salamanca contemplé Colindres.
Y ese cielo azul...
tantas veces nublado, tantas veces
mojado por lentas gotas de lluvia.
Y ese aire fresco que no encuentro
en la tierra que me adoptó, Salamanca.
En el verano, el gentío.
En el invierno... la soledad
siempre compañera de nostalgia.
¡Colindres, Colindres! -gritan.
Es tierra marinera, villa entre villas,
arde en deso de ser famosa ciudad de nobles.
UN DESEO DE VOLVER
A las doce y media del mediodía,
un viejo, una calle mojada,
triste.
Una melodía, tranquila, suave.
El sonido de la lluvia, se escucha.
Cemento húmedo y gris y triste y solo...
Desde mi ventana, desde mi vieja ventana...
añoro una imagen, recuerdo un lugar, a mi gente.
Deseo de volver a una calle menos triste,
con un paisaje más verde, con el mar más
cerca.
Mas no puedo,
triste y sola quedo un día,
encerrada tras mi vieja ventana,
guardo mis recuerdos un tiempo,
desde la que observo la calle húmeda y triste.